Y sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien, esto es, a los que conforme a su propósito son llamados.
Romanos 8:28
Aquí tenemos una preciosa promesa de nuestro Padre celestial, quien es fiel para cumplirla y llevarla a cabo. El apóstol Pablo nos dice esta promesa dentro de un contexto.
Ya no hay condenación para todos los que pertenecemos a Cristo. Dios declaró el fin del dominio que el pecado tenía sobre nosotros por medio de la muerte, resurrección y ascensión de Jesucristo.
Ahora es el anhelo de todo cristiano, permitir que el Espíritu controle nuestra mente, para tener paz y disfrutar la vida eterna. Dios nos dio su Espíritu para confirmar que somos sus hijos y herederos junto con Cristo, de la gloria de Dios, pero también debemos participar de su sufrimiento, con esperanza, una esperanza que nos da la capacidad de seguir adelante en las pruebas que nos sobrevienen, esperando el día que poseeremos plenamente la herencia y disfrutaremos de perfecta santidad en cuerpos resucitados y glorificados.
Mientras tanto, al otro lado de la gloria, el Espíritu (v26) nos sostiene dentro de nuestras limitaciones como humanos en nuestro tiempo de dificultad, de momentos duros, de sufrimientos. Muchas veces no comprendemos lo que estamos atravesando y nuestra percepción de la voluntad de Dios deja mucho que desear, por ello en muchas ocasiones, nos sentimos desconcertados y no sabemos exactamente qué pedir. Pero el Espíritu viene en nuestra ayuda, intercediendo a nuestro favor, porque el Espíritu está en perfecta armonía con la voluntad de Dios y nos apoya mediante la intercesión.
(v27) nos dice que Dios conoce nuestro corazón, oye y responde esas oraciones. ¡Qué gran ayuda la intercesión del Espíritu en medio del sufrimiento!!
Sólo Dios por medio de su Espíritu, puede hacer que “todas las cosas obren para nuestro bien” alcanzando así la gloria final a la que Dios nos ha destinado, incluyendo los beneficios de ser hijos de Dios en esta vida.
Preciosa promesa aplicable a todos los creyentes “quienes lo aman”, quienes han sido llamados de acuerdo con su propósito.
Dios nos creó, nos llamó, nos justificó, nos sustenta y nos lleva a la gloria, llevando así a cabo su plan, que empezó con la decisión de iniciar una relación con nosotros, dirigiéndonos a una meta específica.
El “bien” final es la gloria de Dios y El es glorificado cuando sus hijos viven como Cristo.
Dios se sirve del sufrimiento para formar en nosotros el carácter cristiano, conformarnos a la imagen de Cristo y prepararnos para la gloria final como fin.
Damos gracias a Dios porque El promete que no hay nada que pueda afectar a nuestras vidas, que no esté bajo el control y la dirección de nuestro Padre celestial.
Todo lo que hacemos y decimos, todo lo que otros nos hacen y dicen de nosotros, cualquier experiencia que podamos tener, todo ello Dios lo utiliza soberanamente para nuestro bien.