“para ser ministro de Jesucristo a los gentiles, ministrando el evangelio de Dios,
para que los gentiles le sean ofrenda agradable, santificada por el Espíritu Santo.”
Romanos 15:16
En este versículo hay una preciosa y práctica concepción de la obra misionera. Hay una gran diferencia entre estar consagrados a nuestro trabajo y estar consagrados a nuestro Dios. Podemos estar consagrados y equipados para la obra misionera y fracasar rotundamente, si es que el Señor nos está llamando a otro servicio. Estaremos calificados para servirle cuidando un hermano enfermo, o en nuestras labores seculares en casa, o predicando o evangelizando a personas.
Pablo consideraba su llamado como un servicio divino, un sacrificio especial hecho para Cristo y sólo Cristo. Él se paró como uno debe pararse frente al altar del incienso, levantando a Dios con manos santas, a las naciones gentiles. Todo su trabajo lo ofrendó como un incienso fragante ante el trono, agradándole hacer sólo lo que le agrada a su Maestro. Él dejó que su servicio estuviera bajo la lupa de Jesús, sabiendo que él lo aprobaría en el día del Juicio.
Este es un verdadero espíritu servicial al Señor.
MEDITEMOS Y OREMOS
