“Conozco a un hombre en Cristo, que hace catorce años (si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, no lo sé; Dios lo sabe) fue arrebatado hasta el tercer Cielo”
2ª. Corintios 12:2
Es un gran acto de liberación “perderse” o “dejarse llevar”. No hay una piedra de molino más pesada que el “yo o lo mío” que produce estar consciente sólo de uno mismo. Es muy fácil ser introvertido, encerrarse en sí mismo, en nuestra propia consciencia espiritual.
No es difícil aferrarnos a nuestra propia miseria: no hay nada que produzca tan rápidamente la autocompasión como el sufrimiento. Se torna en un hábito aferrarse a nuestra carga y orar incesantemente a la cara del Señor hasta que aún nuestra oración nos satura con nuestra propia miseria.
Es mejor pedir por el poder para hacernos a un lado y ponernos en las manos amorosas del Señor y saber así que somos libres. Entonces hemos de levantarnos a la bendita libertad de sus pensamientos y voluntad celestiales y demostrar su amor y preocupación a otros.
El acto de hacernos a un lado nos levanta a un plano celestial y nos socorre del asunto que tanto nos aflige. El hábito de orar por otros, especialmente por este mundo, trae su propia recompensa y deja en el corazón una bendición, como el sedimento fértil del Nilo depositado sobre la tierra de Egipto en su marcha a la meta final.
MEDITEMOS Y OREMOS
