Toda rama que en mí no da fruto la corta.
Juan 15:2
Pasé cerca de un jardín hoy. El jardinero recién había terminado de podar unas plantas y las heridas en ellas eran evidentes. El clima primaveral las renovaba, inyectándoles nueva vida y energía.
Al mirar las plantas pensé lo cruel que sería si el dueño de la casa decidiera cortarlas todas. La tarea del jardinero ahora era ayudarlas a revivir nutriéndolas, dándoles vida. No debían morir, debían vivir.
Es así con la disciplina del alma. También ella tiene un tiempo de morir, pero no estar siempre muriendo. Hemos de considerarnos al fin vivos: Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro. (Romanos 6:11)La muerte es un momento. Hemos de vivir como hijos de la resurrección, dependiendo cada vez más y más de su gloriosa vida. La llenura de esta vida repelerá toda intrusión del “yo” y del pecado y el bien vencerá el mal. Nuestra existencia entonces no será una represión constante a nosotros esforzarnos, pero más bien será la vertiente que brota diariamente de la vida espontánea, victoriosa y eterna en Cristo en nosotros, la esperanza de gloria (Colosenses 1:27)
MEDITEMOS Y OREMOS
