“para que la justicia de la ley se cumpliese en nosotros, que no andamos conforme a la carne, sino conforme al Espíritu.”
Romanos 8:4
En nuestras primeras experiencias conocemos al Espíritu Santo a la distancia, en las cosas que ocurren de manera providencial o solo en la Biblia. De pronto lo recibimos como nuestro invitado interno, y él mora en nosotros. Él penetra en los lugares más recónditos de nuestro ser. Las obras externas de su poder no cesan; más bien incrementan y son más gloriosas.
El poder que mora en nosotros obra por fuera, responde a nuestras oraciones, sana nuestras enfermedades, anula nuestras provisiones y hace, que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo que pedimos o entendemos, según el poder que actúa en nosotros (Efesios 3:20)
Hay una doble presencia del Señor en la vida de un creyente consagrado. Él está presente en el corazón y también presente en los eventos de la vida. Él es Cristo en nosotros y el Cristo de nuestros días, con el poder del cielo y la tierra.
El Espíritu Santo es el que obra maravillosamente, nuestro todo-suficiente Dios y guardián. También está a la espera en esta hora para obrar poderosamente en los asuntos de los hombres como en los días de Moisés, Daniel y Pablo.
MEDITEMOS Y OREMOS
