El hermano que es de humilde condición, gloríese en su exaltación; pero el que es rico, en su humillación; porque él pasará como la flor de la hierba. Porque cuando sale el sol con calor abrasador, la hierba se seca, su flor se cae, y perece su hermosa apariencia; así también se marchitará el rico en todas sus empresas.
Santiago 1: 9-11
Otra versión traduce “El hermano de condición humilde, debe sentirse orgulloso de su alta dignidad”. Alguien podría decir hoy; “Yo soy una persona de pocos recursos”. Si usted es un hijo de Dios, posee una gran riqueza. Tiene un tesoro en el cielo. ¿Se ha detenido usted a pensar lo que tiene aquí en la tierra, y lo que usted tiene en Cristo?
Solemos escuchar y ver las vidas de los grandes millonarios o personas influyentes en el mundo. ¿Sabe usted que les ha sucedido? Les ha sucedido lo mismo que a las efímeras flores del campo, que florecieron ayer, y hoy ya no existen. Uno puede pensar en lo poderosos que fueron esos grandes personajes, y en la riqueza e influencia que tuvieron, pero todos esos privilegios se han desvanecido. Por todo ello, nadie debería jactarse en el hecho de ser una persona de grandes recursos, porque las riquezas no serán poseídas mucho; incluso a veces se pierden antes del término de una vida de lucha por ganarlas.
A pesar del estatus social y las etiquetas que la sociedad aplica a las personas, cada persona existe igualmente como un pecador. La riqueza no puede proteger a uno de las pruebas que vendrán.
Las personas ricas no deben engañarse creyendo que su riqueza es gracias a su propio esfuerzo. Si dependemos de nuestras propias habilidades, nos “marchitaremos” aunque sigamos trabajando. Por otra parte, las personas pobres no deben creer que su pobreza se debe a que no tienen el favor de Dios. Más bien, deben esperar el momento en el que Dios los exaltará.
MEDITEMOS Y OREMOS
“Donde ocurre la gracia, la generosidad sucede”
Max Lucado