Cuando haya en medio de ti menesteroso de alguno de tus hermanos en alguna de tus ciudades, en la tierra que Jehová tu Dios te da, no endurecerás tu corazón, ni cerrarás tu mano contra tu hermano pobre, sino abrirás a él tu mano liberalmente, y en efecto le prestarás lo que necesite.
Deuteronomio 15: 7-8
Dondequiera que vayamos, en cualquier nación que visitemos, quedamos impresionados por los extremos de pobreza y de riqueza.
El problema fundamental es entonces el corazón humano, mientras este no sea transformado, no habrá gobiernos justos, ni instituciones, ni sistemas que resuelvan la injusticia.
¿Qué debemos hacer nosotros como creyentes? Estamos llamados en primer lugar a predicar el evangelio, para que los corazones sean transformados, pero tenemos también la obligación de amar a nuestro prójimo.
¿Nos preocupamos de que otros se alimenten, tengan ropa y vivienda? ¿Nos interesan los problemas de los demás? Amar a otros como a nosotros mismos significa ayudar a otros en la medida en que podamos suplir sus necesidades materiales, aprovechando también la oportunidad para llenar su vacío espiritual, compartiéndoles el amor de Cristo. Si cada uno pusiéramos un granito de arena, juntos ayudaríamos a muchos de nuestros semejantes.
¡Cuán fácil es disculpar nuestra indiferencia hacia otros! Por eso debemos estar dispuestos a ayudar a los demás.
Así como Dios extendió la mano para salvarnos y realizó un acto de amor a través de Cristo, también estamos llamados a extender nuestra mano al necesitado, teniendo la misma compasión que Dios tuvo con nosotros, llevándole la Palabra que llena su corazón, pero también auxiliándole en su necesidad material.
MEDITEMOS Y OREMOS
“Donde ocurre la gracia, la generosidad sucede”
Max Lucado